Nuevo comienzo: vivir frente al Mediterráneo

- Después de años de emigrar de Venezuela hace ocho años y disfrutar mi última parada en Washington D. C., despierto frente al mar Mediterráneo. Un relato sobre adaptación, gratitud y nuevos comienzos.
El amanecer que cambió mi rutina
Son las cinco de la mañana. Mis ojos se abren solos, aunque me dormí tarde. Es la primera vez en mi vida que despierto tan temprano por voluntad propia. Intento volver a dormir, pero es inútil; así que me levanto y preparo un té.
Ayer pensaba en cómo sería un día dentro de la rutina de mis sueños: levantarme con energía, tener una mañana lenta. Hoy, sin planearlo, sucedió. Mientras el té se infusiona, doble la ropa limpia de anoche. La cocina está impecable; decidí que una mañana tranquila empieza en un espacio ordenado.
Desde el balcón escucho gaviotas. Aún está oscuro, pero la luna llena ilumina su vuelo sobre el Mediterráneo. El amanecer llega despacio. A lo lejos, un barco de carga se aleja de la costa y el sonido del tren anuncia que la ciudad despierta.
Once años, un océano y un nuevo hogar
Mi vida ha cambiado tanto en los últimos nueve años. Si alguien me hubiera dicho que viviría frente al mar Mediterráneo, no lo habría creído. Washington D. C. dejó de ser mi hogar , aunque allá permanezca nuestra casa. Hoy, mi esposo y yo priorizamos algo más valioso: el bienestar y la salud de nuestra pequeña familia.
Después de meses de recaudar documentos, innumerables reuniones con abogados, asesorías de todo tipo y una mudanza internacional – por tercera vez –, por fin llegamos a nuestro nuevo destino. La tormenta del otro lado del océano se disipó, y frente a nosotros se abre un lienzo en blanco lleno de rutinas, oportunidades y nuevas aventuras.
Cuando lo cotidiano se vuelve un reto
Todo es emocionante, pero también agotador. La frustración está al orden del día cuando intento hacer demasiado o pensar en lo que dejé atrás. A veces, comprar un simple yogur se vuelve un reto.
Aunque he disfrutado el placer de lo desconocido y la emoción expectante por lo nuevo, a veces no valoramos suficientemente lo familiar: salir sin preocuparte por Waze o Google Maps, encontrar lo que buscas en el supermercado, reconocer los olores. Todo aquí es distinto: los sabores, los acentos, las calles. Un descubrimiento constante, agotador y fascinante a la vez.
Intento crear nuevas rutinas, aunque no es fácil después de un estilo de vida tan activo. Quisiera sentirme plena y conectada con mi entorno, pero todo —las amistades, la adaptación, el ser local— toma tiempo. Estaba demasiado acostumbrada a la inmediatez de lo conocido.
El valor de permanecer presente
Sigo despierta, viendo amanecer. Me esfuerzo por permanecer presente, por sentir el viento, oler el mar y notar cómo el cielo cambia cada segundo. Y, en medio de todo, me siento agradecida.
Vivo la vida que debo vivir, no desde la pretensión, sino desde la conciencia de que esto me hace bien. Con la claridad de una mente dinámica, aunque aún se acomoda al cambio.
Málaga, buena comida para el alma
Málaga me ha dado muchas buenas primeras impresiones. Pero lo que más
valoro no son los paisajes, sino los vínculos: las amistades que resisten los
husos horarios , los amigos que resisten el paso del tiempo como un roble, los
encuentros espontáneos, las sonrisas de quienes entienden la empatía.
Málaga es buena comida… para el cuerpo y para el alma.